lunes, 14 de noviembre de 2011

"Nube en lo Elevado, Río en lo Profundo". Homenaje a Virgilio Purizaga Aznarán y Pedro Cáceres Becerra












Por: Walter Quesquén Terrones

Hace algún tiempo pasó por mi cabeza la osadía de escribir sobre dos personajes gigantescos, dentro de la política local. Personajes que por su origen y por su naturaleza, han hecho historia en esta parte del pais; y, por la historia de ambos, me temo, que no voy estar altura de las circunstancias. Ser un escribidor; es mi castigo, sin embargo, terco como soy, quiero decir algo sobre ellos.

Ambos eran aprista, ambos alcaldes, ambos populares: uno más que el otro, y el otro más que el anterior. Ambos queridos y respetados; Maestros los dos: uno titulado en las aulas universitarias del Estado y el otro en la Gran Universidad de la vida. Pero ambos tuvieron un final común: caer bajo las balas asesinas de lo absurdo, de lo inexplicable.

“Malhaya la injusta suerte
Que al indio le ocurre todo:
¡Hielo, fango, huayco, muerte;
Piedra, llanto, sangre y lodo!

VIRGILIO PURIZAGA: Maestro de escuela, ligeramente alto, calvo, de mirada serena, nariz respingada, inteligencia vivaz, porte de intelectual. Era a todas luces la estampa clásica del docente tradicional: impecable como Valdelomar, genial como Orrego, y fecundo como Chocano. Para él parecen escritos los versos de Rubén:

“ Y la primera ley, creador: crear. ¡Bufe el eunuco!
Cuando una musa te dé un hijo, queden las otro ocho encinta”

Orador por naturaleza, escritor, poeta, periodista y político: lo multifacético de su vida lo hacía tremendamente prolífico, y tuvo, como es natural, siempre encinta a la Musa de la Elocuencia.

Don Virgilio, nunca descansará en paz, porque aun allá, en donde se junta lo inconmensurable de la eternidad, como Bolognesi, talvez dirá: “Señor, tengo deberes sagrados que cumplir…”

PEDRO CÁCERES: Maestro de los Surcos, sindicalista empedernido: simple, tranquilo, sosegado. De caminar lento, sin actitudes y conversador magistral; era de talla mediana, cabello ligeramente ondulado, mirada cansina, pero penetrante, que te escrutaba el alma hasta lo más profundo, y que te hacía sentir lo grande de su espíritu y lo gigante de su alma.

Sencillo como Cincinato, el dictador romano; humilde como el Santo de Asís; paciente como Job, y sabio como Salomón, pero fundamentalmente, hombre humano en lo profundo, y Maestro en lo elevado: de él bebí alguna vez el ícor de su grandeza y degusté de la ambrosía de su sapiencia.

En “Piedra Negra sobre Piedra Blanca”, premonitoriamente, quizás Vallejo quiso decir:

“¿Pedro Cáceres? ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro.
También con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos…”

Cuando cayó, como caen los grandes, con sus ojos fijos y su cara mirando al infinito. Seguramente decía para sus adentros: “Pero hijos…”

Nunca como ahora me he sentido más grávido que antes. Nunca como ahora, me he sentido más fecundo que hoy. Nunca como ahora he sentido en lo más recóndito de mi ser, la falta sin fondo, de estos sabios del ayer. 

Nunca como ahora estoy más orgulloso de contar a los míos que caminé con don Virgilio y estreché la mano de don Pedro. Nunca como ahora, quisiera, con la emoción que me embarga grabar en la tumba de cada cual:

“Me permiten Maestros, que como amigo fiel
Ponga en sus solapas una hoja de laurel.”

…Disculpa Darío por tomar de tu prosa ésta frase tan hermosa…es que ellos son, como diría tu entrañable amigo José Santos Chocano: “…Nubes en lo elevado, y ríos en lo profundo…”