Poesía de aparente desorden sintáctico y lógico, como casi toda su producción creadora más característica, conforme a cuya elaboración los versos empiezan con enunciados rotundos y secuenciales, pero que de pronto se tornan truncos, desplazados e insertos en otras perspectivas. Poesía cuyo malabarismo léxico no responde a un alarde técnico formal y externo, sino que es movido desde impulsos interiores lógicos y coherentes, que, a su vez, corresponden a una original concepción y visión del mundo y de la vida. Poesía de un lenguaje al servicio no sólo de una arquitectura verbal, sino activada por un rico proceso de cohesión, el caso es que hace tiempo Bethoven Medina Sánchez ha esculpido un arte poético personal, original y creativo de la mayor complejidad y riqueza lingüística y estética.
El título, “El arriero y la montaña bajo el alba” alude, en principio, como primera impresión, a un espacio paisajista, descriptivo y plástico; pero no lo es así exactamente, porque el poemario es más bien un canto lírico, un brote virginal afectivo, vagido espiritual ante los diversos signos de la naturaleza. Es un himno emocionado a los repliegues, rostros, meandros y configuraciones de la tierra andina con todos sus atributos: aves, frutos, siembra, surcos, ríos, quebradas, lomas, montañas, mesetas, relieves, dotados de vida; y también alerta de riesgos y canto de esperanzas (“Entusiasta / aparece el Sol / entre las nubes / como un arriero más”).
El referente motivador externo no es, entonces, la estampa de la naturaleza quieta, estática y pasiva, simple objeto de contemplación pura para el goce de los sentidos. No. Es un referente vital, energético, activo y transformador. No sólo naturaleza hecha, sino protagonista y fruto de la creación (“La cordillera nos convoca / para contemplarte crecer como un río en el valle”), escenario del amor, expuesta a riesgos como el desequilibrio ecológico y la amenaza del calentamiento global (“En el Día de la Tierra / Las corrientes de aire generan calentamiento / en las aguas del Pacífico / modifican el clima en este sudamericano continente”). Es decir, estamos ante una poesía que no es una hechura meramente estética, sino un medio primordial que anima la vida y la historia; por eso, está traspasada de humanidad y de crisis del tiempo, y precisamente por eso es también un canto a la ecología y a la esperanza (“Arbol Hombre, en conjuro la selva implora en un tañer vegetal / la no contaminación; también el mar, el viento y la conciencia”).
Según nuestro recorrido, Bethoven no produce una poesía que se engolosina con los halagos o impresiones sensoriales, sino que trata de conocer, auscultar y explorar la tierra al conjuro de una rica cultura general, que le permite incluso explicarse y revelar el sentido de la prehistoria y de los mitos andinos.
Siendo una poesía cuyo referente primordial es la naturaleza andina, tampoco el poeta se aleja del amor; al contrario, éste también está presente, pero siempre impulsado por la fuerza que encuentra su razón de ser al conjuro de los sentimientos de compenetración con la tierra (“Vamos a perfumarnos, atadas las manos al corazón, mientras construimos un nuevo amor en primavera”).
Si ahora examinamos el lenguaje poético, Bethoven maneja los recursos expresivos con una habilidad de titiritero, que le permite construir sugerentes aliteraciones (“Ea toro, ea toro. Va negro, ea toro”, “en la paz del pez, en el pez de la paz”), deslexicalizar expresiones (“Orquídeo tu manifestar”, “a mi humano y clorofílico indagar, puro sentir vegetal”), fusionar y crear sustantivos (“Valle sol”, “Nuevoamor”, “Clarohumano”), emplear registros lingüísticos alternos (“Valle sol, / verde que te quiero verde”; “detengo el remolino del tiempo / inagotable / FORASTERO sediento”). Dicho de otra manera, para Bethoven Medina Sánchez el lenguaje no es una categoría a la cual el poeta debe ascender en procura de alcanzarlo, sino un nivel sometido a su malabarismo creador y a sus hondas y vastas necesidades de expresión poética.
Este original poemario nos permite señalar que, en efecto, en los grandes creadores, la poesía es indudablemente creación lingüística y objeto estético; pero no se agota en su formulación textual o literal; al contrario, ella se dota de sentido desde sus estructuras más profundas, en la propia personalidad, sensibilidad y percepción del autor, de manera que el lenguaje se constituye en el conducto modelador de la expresión, de todo ese denso contenido interior que pugna por comunicarse y expandirse por el mundo. Por eso, en los auténticos creadores, junto con la naturaleza estética, la poesía contiene también componentes cognoscitivos, filosóficos, psicológicos, biológicos, biográficos, históricos y sociales. Digamos que es la otra opción que tiene el hombre para conocer y revelar la realidad desde ángulos seguramente menos intelectuales y racionales, pero no menos ciertos ni valederos, modelados y cincelados por el fuego creador, como sin duda lo es Bethoven Medina Sánchez.
Precisamente, “El arriero y la montaña bajo el alba” condensa los dos ejes primordiales del poeta como sujeto enunciador: la del escritor y la de ser agrario (“El suelo, es razón de la existencia del agricultor; / y para todos, / es la madre tierra que nos provee de alimentos”). Ambas tendencias se fusionan para mostrarnos la rica y sutil aventura de un creador en su trajín infatigable de arriero de los caminos y montañas reales y simbólicas, desde la frescura y luminosidad del alba, pasando por el impacto y plenitud del día, en busca del abrigo de la tarde y del reposo de la noche; es decir, un caminante infatigable en busca del sentido de la vida asentada en la propia naturaleza, pero proyectada al cosmos.
El título, “El arriero y la montaña bajo el alba” alude, en principio, como primera impresión, a un espacio paisajista, descriptivo y plástico; pero no lo es así exactamente, porque el poemario es más bien un canto lírico, un brote virginal afectivo, vagido espiritual ante los diversos signos de la naturaleza. Es un himno emocionado a los repliegues, rostros, meandros y configuraciones de la tierra andina con todos sus atributos: aves, frutos, siembra, surcos, ríos, quebradas, lomas, montañas, mesetas, relieves, dotados de vida; y también alerta de riesgos y canto de esperanzas (“Entusiasta / aparece el Sol / entre las nubes / como un arriero más”).
El referente motivador externo no es, entonces, la estampa de la naturaleza quieta, estática y pasiva, simple objeto de contemplación pura para el goce de los sentidos. No. Es un referente vital, energético, activo y transformador. No sólo naturaleza hecha, sino protagonista y fruto de la creación (“La cordillera nos convoca / para contemplarte crecer como un río en el valle”), escenario del amor, expuesta a riesgos como el desequilibrio ecológico y la amenaza del calentamiento global (“En el Día de la Tierra / Las corrientes de aire generan calentamiento / en las aguas del Pacífico / modifican el clima en este sudamericano continente”). Es decir, estamos ante una poesía que no es una hechura meramente estética, sino un medio primordial que anima la vida y la historia; por eso, está traspasada de humanidad y de crisis del tiempo, y precisamente por eso es también un canto a la ecología y a la esperanza (“Arbol Hombre, en conjuro la selva implora en un tañer vegetal / la no contaminación; también el mar, el viento y la conciencia”).
Según nuestro recorrido, Bethoven no produce una poesía que se engolosina con los halagos o impresiones sensoriales, sino que trata de conocer, auscultar y explorar la tierra al conjuro de una rica cultura general, que le permite incluso explicarse y revelar el sentido de la prehistoria y de los mitos andinos.
Siendo una poesía cuyo referente primordial es la naturaleza andina, tampoco el poeta se aleja del amor; al contrario, éste también está presente, pero siempre impulsado por la fuerza que encuentra su razón de ser al conjuro de los sentimientos de compenetración con la tierra (“Vamos a perfumarnos, atadas las manos al corazón, mientras construimos un nuevo amor en primavera”).
Si ahora examinamos el lenguaje poético, Bethoven maneja los recursos expresivos con una habilidad de titiritero, que le permite construir sugerentes aliteraciones (“Ea toro, ea toro. Va negro, ea toro”, “en la paz del pez, en el pez de la paz”), deslexicalizar expresiones (“Orquídeo tu manifestar”, “a mi humano y clorofílico indagar, puro sentir vegetal”), fusionar y crear sustantivos (“Valle sol”, “Nuevoamor”, “Clarohumano”), emplear registros lingüísticos alternos (“Valle sol, / verde que te quiero verde”; “detengo el remolino del tiempo / inagotable / FORASTERO sediento”). Dicho de otra manera, para Bethoven Medina Sánchez el lenguaje no es una categoría a la cual el poeta debe ascender en procura de alcanzarlo, sino un nivel sometido a su malabarismo creador y a sus hondas y vastas necesidades de expresión poética.
Este original poemario nos permite señalar que, en efecto, en los grandes creadores, la poesía es indudablemente creación lingüística y objeto estético; pero no se agota en su formulación textual o literal; al contrario, ella se dota de sentido desde sus estructuras más profundas, en la propia personalidad, sensibilidad y percepción del autor, de manera que el lenguaje se constituye en el conducto modelador de la expresión, de todo ese denso contenido interior que pugna por comunicarse y expandirse por el mundo. Por eso, en los auténticos creadores, junto con la naturaleza estética, la poesía contiene también componentes cognoscitivos, filosóficos, psicológicos, biológicos, biográficos, históricos y sociales. Digamos que es la otra opción que tiene el hombre para conocer y revelar la realidad desde ángulos seguramente menos intelectuales y racionales, pero no menos ciertos ni valederos, modelados y cincelados por el fuego creador, como sin duda lo es Bethoven Medina Sánchez.
Precisamente, “El arriero y la montaña bajo el alba” condensa los dos ejes primordiales del poeta como sujeto enunciador: la del escritor y la de ser agrario (“El suelo, es razón de la existencia del agricultor; / y para todos, / es la madre tierra que nos provee de alimentos”). Ambas tendencias se fusionan para mostrarnos la rica y sutil aventura de un creador en su trajín infatigable de arriero de los caminos y montañas reales y simbólicas, desde la frescura y luminosidad del alba, pasando por el impacto y plenitud del día, en busca del abrigo de la tarde y del reposo de la noche; es decir, un caminante infatigable en busca del sentido de la vida asentada en la propia naturaleza, pero proyectada al cosmos.